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¿Solita?


-¿Y al marido dónde lo dejaste?

-En ningún lado. Viajo sola.

-¿Solita?


Luego de estar trabajando cinco días dando un taller en la ciudad de Lima, me escapé a Cuzco, tenía que conocer Macchu Picchu. Contra todas las advertencias de mis amigos – Llega y recuéstate toda la noche, no salgas- el endemoniado frío de Cuzco me obligó a salir a las calles a buscarme un suéter de alpaca que me cubriera hasta las orejas. Caminando frente a un mercado, escuché a mi lado un -Qué la chingada, mamá-. ¿Mexicanos? -les pregunté- (sólo un mexicano puede decir correctamente “chingada”)


Una señora de unos sesenta y tantos con su hijo de treinta y pico que también acababan de llegar, desafiaban a la engañosa ciudad de Cuzco igual que yo. Nos detuvimos a platicar un momento. -¿No les ha pegado el soroche?- les pregunté. -No, para nada, estamos de lo más bien-. Eran de Guadalajara, al saber que yo era escritora, la señora me tomó del brazo y me dijo que si cuanto le cobraba por escribirle el libro de su vida. -No me dedicó a eso exactamente señora-. (Sé perfecto que debo cuidar muy bien a quien le digo que soy escritora, pero se me salió). El hijo de treinta pico, al notar que su madre empezaba a echarme la cantaleta de su vida, que se adivinaba, había escuchado mil veces, le hizo un gesto familiar al que disimuladamente la madre respondió extendiéndole unos cuantos soles (moneda peruana), con los que el hijo se fue a comprar unas palomitas en un puesto callejero a unos metros de nosotros.


Por dos o tres referencias dichas en el rápido recuento de su vida, adiviné que eran de familia acomodada, que el hijo vivía con ella, y que ella le invitaba el viaje.


-¿Pero tú, por qué viajas solita?

-Estrenaron una obra de teatro mía en Lima, vine al estreno y a dar un taller de escritura.

-Pero solita…

-Me invitó la Embajada de México.

Y el gesto que acompañaba al "solita": los labios juntos y empujados hacia adelante, con los ojos chiquitos a fuerza, no desaparecía.

-Vine a que me entregaran el Premio Pullitzer.

Estuve a punto de decir. Pero estaba segura que ni así, el gesto de lástima en sus ojos hacía mí, iba a desaparecer.


Me empezaron a zumbar los oídos, el pecho, una sensación extrañísima me invadía. El soroche, el terrible mal de altura que tanto me habían advertido mis amigos en Lima, me asaltaba. Me despedí de los paisanos y me encaminé despacito hacia mi hostal, que para colmo, estaba en lo alto de una colina, excelente vista, pero era una trampa mortal. La velocidad de mis pasos los podía rebasar una tortuga. La presión en el pecho aumentaba, me faltaba el aire. Esto debe sentir alguien a quien le va a dar un ataque cardíaco. Seguro. Cuzco, no seas cuzco. No jodas. Empecé a escuchar los titulares en mi cabeza: En las calles de Cuzco, desplomose mujer víctima de soroche, que se presume, era mexicana y… y solitaaaaaaa”.


En el maravilloso tren que te lleva de Cuzco a Macchu Picchu, y que estuve a punto de no tomar luego de pasar una angustiosa noche tipo Trainspotting y que solo gracias a una fregada de alcohol en la cabeza, masticar tres hojas de coca, tragarme dos Tylenol y empujarme un par de cafés  bien cargados, pude vencer, pensaba: ¿Por qué a esa mujer le resultaba lastimoso que una mujer soltera y económicamente autosuficiente disfrutara viajar por su cuenta y riesgo a lugares fascinantes, y no le causaba problema que un hombre de 30 y pico todavía le pidiera dinero a su madre hasta para las palomitas? Fue entonces que empecé a observar a los modelos de viajantes. En ese mismo tren rumbo a Macchu Picchu viajaban tres casos más de madres viajando con sus hijos de treinta y pico: unos alemanes, otros peruanos y otros ingleses, que no digan que el asunto es sólo mexicano. El alza en este modelo de parejas viajantes es de tomar atención. Otros modelos eran de mujeres mayores viajando en grupo con sus amigas jubiladas; otros eran parejas de novios o esposos, donde en la aplastante mayoría de los casos, ella era la encargada del mapa y la logística del viaje, y ellos solo de cargar la cámara y las maletas. Otro modelo era el de mujeres solas, donde yo encajaba, que de viajes de trabajo, aprovechaban y se desprendían a la aventura o iban de vacaciones simplemente. Pero nunca, nunca, y he viajado bastante, he encontrado un grupo de hombres jubilados viajando juntos, y peor aun, muy pocos, realmente muy pocos, hombres viajando solos. Solitos.


¿Y entonces, porque tenemos en la cabeza que los hombres son los aventureros, los conquistadores? Basémonos en las estadísticas obtenidas por la propia observación, que para tal efecto muestro mis credenciales de viajera frecuente:

El mismo patrón de modelos de viajantes se repitió en el tren que me llevó meses después por la Sierra Tarahumara rumbo a las Barrancas del Cobre en México. Un grupo de mujeres de entre 60 y 75 años se divertían de lo lindo atravesando la zona mexicana a la que dicen algunos, no hay que ir, por ser de las más peligrosas de México. Lo mismo cuando se abrió la puerta de la camioneta que me llevaría al Bosque Lluvioso en Costa Rica: las mujeres solitas de Argentina, Uruguay y Chile, me recibieron como la nueva a bordo, con una sonrisa. Tomé seriedad en este asunto de la investigación de modelos de viajantes, e hice una re visitación de los muchos lugares que a través de los tres continentes he visitado, y sí, comprobé que acaso un 15 % de los viajantes por placer eran hombres solos, es decir, solitos.


Ayer estaba en un bar del aeropuerto de la Ciudad de México, me tumbé en un sillón y me pedí un vino blanco frío, me esperaba un viaje de más de 30 horas a China. A mi lado, en otro sillón y con la compu encendida, una mujer trabajaba y hablaba por teléfono, algo de una ONG de protección infantil. -Te encargo mis cosas, voy al baño- me dijo. -Claro-. Me sorprendió y agradó la confianza inmediata que le concedió a una desconocida. Mientras ella volvía y yo avanzaba con mi vino, pensé que así como yo la había reconocido, ella también me reconoció a mí como una mujer viajera que sabía perfectamente lo valioso que es poder dejar tus cosas con alguien para ir cómodamente al baño. Me sentí entonces que pertenecía a una alianza secreta mundial de mujeres viajeras “Las solitas” podía llamarse. Me gustó la idea. Volvió, me agradeció y siguió trabajando. Luego yo fui al baño y le pedí lo mismo, mi vuelo despegaría en breve. Entrando al baño, encontré a una mujer con un chal sobre su pecho y conectada a una máquina de extracción de leche. Apenas la saludé y ella empezó a hablar, creo que lo necesitaba. -Mi hijo apenas tiene dos meses pero tenía que hacer este viaje de trabajo; en las empresas no entienden esto, en mi oficina tuve que pagar y poner yo misma unas persianas para poder sacarme la leche, ni en el baño de mujeres lo puedes hacer, las otras se quejaron de mí, pero yo voy a seguir amamantando a mi hijo lo más que pueda-. Es la voz más determinada que he escuchado en los últimos tiempos. Me quedé conversando con ella unos minutos, luego podría correr a mi avión. Esta mujer del baño viajaba con su maletín de trabajo, su maleta, una pesada máquina extractora, varias botellas llenas de leche materna esperando que le hicieran el favor de ponerlas en el refrigerador del avión para que le llegaran frescas a su bebé. Todo, solita.


En este momento que escribo esto, estoy en Pekín, haciendo una escala de 5 horas. Acabo de atravesar la mitad del mundo por segunda vez en este año. Un par de meses atrás, un amigo escritor me había hablado por teléfono sorprendiéndome con la pregunta -¿Qué vas a hacer en octubre? ¿No te interesa ir a una Residencia de escritores en China?-  y yo le había dicho  –SÍ- sin saber cómo lo lograría (los cómos siempre terminan averiguándose solos) y aquí estoy, sin haber dormido y sin entender absolutamente ni una sola palabra a mí alrededor, ahora sí que, todo está en chino. En mi vida, he viajado en la mayoría de los formatos posibles: en grupo, con el novio, con amigas, con amigos, por necesidad, por obligación, por diversión, por trabajo, por escape, en tren, avión, carro, barco, bote, autobús, de raite. El trío de objetos constantes en cada ocasión son una maleta, un cuaderno y plumas de colores. Los tengo aquí conmigo ahora.


Al despedirme de la familia y amigos  en México antes de este viaje, un familiar no pudo evitar el decir por millonésima vez -Ojalá y de este viaje a China, ya no regreses solita-. Yo ya sólo sonrío, lo he escuchado por tanto tiempo. Nuestra sociedad aun no puede asimilar que una mujer decida apuntar su energía, corazón y entrega a cualquiera de las actividades a las que decidió dedicarse, y que éstas sean algo distinto a no estar solita. Porque, ¿cuál otra puede ser la razón de un viaje, si no es buscar el ya no estar solita? Cuesta asimilar que una mujer no considere que la mayor solución que la vida le puede ofrecer, aunque sea el peor hombre-decisión de su vida, sea lograr, no estar solita. Como si algo no estuviera completo, recompensado, embonado. La creencia social dominante de que una mujer no es capaz de negociar y conquistar su vida, si no está acompañadita.


Pero las estadísticas reales, como lo he expuesto, muestran absolutamente todo lo contrario. Porque la verdad es que las viajeras solitas –el viaje como metáfora de vida-  son  mujeres que viajan y viven consigo mismas, de la mano, que saben disfrutar, arriesgarse y buscarse una vida plena, que hacen oídos sordos a las necedades sociales y que saben montarse en una bicicleta en lugares desconocidos y avanzar con ellas mismas hacia donde los caminos las lleven, que improvisan, que se solidarizan, que han aprendido a vivir y llegar lejos sin pedir permiso ni esperar a que alguien quiera acompañarlas o que les paguen el viaje, o que ellas les paguen a los otros la compañía, (esos precios son muy altos). Que son simplemente: mujeres que se mueven, que llegan.


-Cálmate pendeja, no mames-. Escucho en la mesa de al lado en el restaurante del aeropuerto de Pekín. Un par de mujeres se ríen en español. -¿Mexicanas?- Les pregunto (solo una mexicana saber decir correctamente: cálmate pendeja)

-Sí. Somos amigas desde la prepa, ella vive en Shanghai, es fotógrafa, yo vivo en México y vine a visitarla para dar el rol por China. ¿Esperas a alguien?

-A mi vuelo, voy a Guilin.

-Vente a nuestra mesa por mientras y nos echamos unas chelas.


Cierro mi cuaderno, guardo mis plumas de colores, tomo mi maleta de mano y me uno a su mesa a brindar con las paisanas por nuestros viajes.

Solitas.


Bárbara Colio.

Pekin, China. Octubre 20, 2016.

Foto: Aeropuerto de Beijing.

 

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