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Profesiones invisibles



Estaba yo haciendo uno de esos trámites que se convertirán en papeles que vas a ver el resto de tu vida. En el recuadro del formato que indicaba profesión, anoté: escritora. A los días me citaron en una oficina y del otro lado de la mesa, un tramitólogo peinado con bastante gel, una pluma Bic amarilla que no dejaba de mover entre sus dedos y el formato aquel que yo misma había llenado hace días, me pedía atentamente que especificara de la forma más clara posible, cual era mi profesión. Escritora, lo escribí claramente en el recuadro. No pregunté si eso era un problema porque claramente lo era. Ruidos guturales discretos, una pequeña mueca y la Bic amarilla cobrando velocidad entre sus dedos.

Al tramitólogo, eso de ser escritora le sonaba a hobby, no a profesión. Si le hubiera dicho actriz ¿me hubiera pedido un autógrafo?

En su reporte de ingresos encontré que trabaja para la UNAM, entonces es profesora, podemos decir, académica. Sí, soy profesora, podemos decir académica, por que soy escritora. La Bic amarilla casi sale volando. Lo peor, era que la intención del tramitólogo era ayudarme, de esos formatos dependía que yo pareciera ser una persona seria y solvente. Con una profesión.

Pero no, eso no era lo peor. El tramitólogo, con un horario laboral de 9 a 6 y un par de horas perdidas en el tráfico, un poco más si se detiene en la farmacia a comprar más gel, probablemente cada día llega a su casa, tira sus zapatos lejos, alcanza a darle un beso a sus hijos si los tiene, a su pareja si la tiene, pero lo que es seguro, es que el poquito tiempo que le queda para sí mismo, lo ofrendará con ritual devoción a su rey sol: la televisión, ese que lo ilumina cada noche. Se entregará por completo a las historias que le arrojen por streaming, que paga o piratea, hasta que le adormezcan la consciencia de su propia realidad.

¿Y quién cree que inventa todo eso? ¿creerá que los actores se reúnen en la locación y “a ver muchachos, que cada quien diga lo que quiera”?. Hasta los realities tienen un guion. Quienes crean todo eso de la nada son gente como yo, escritoras. El tramitólogo Bic consume diariamente mucho más de nosotros, que de los abogados, arquitectos, ingenieros -profesiones más dignas de cualquier casilla de su formato- y sin embargo, no reconoce la existencia de esta profesión sin la cual enloquecería en sus noches de silenciosa soledad o de bulliciosa compañía, da igual, porque lo que más desea es desconectarse y empinarse 5 capítulos al hilo de esa serie que ni siquiera él escogió, si no que el rey sol le recomendó. Eso es lo peor. ¿Será que somos invisibles?

Desde marzo pasado estalló una huelga más de escritores en Estados Unidos, la primera en la era del streaming. Lo que reciben los guionistas, no es proporcional a la infinita explotación que hacen de su trabajo. El sindicato de escritores y la alianza de productores de cine y televisión no alcanzaron acuerdos en la renovación del contrato colectivo para los próximos tres años. Las empresas rechazaron y ni siquiera hicieron contrapropuestas en 7 de las 14 peticiones que los escritores pusieron sobre la mesa y ¡pum! huelga de invisibles.

Podrán poner a los actores o actrices más visibles en pantalla, pero lo cierto es que el prestigio, los premios, el aumento de suscripciones y la permanencia, lo generan las historias mejor escritas. Prepárese tramitólogo Bic, que ni todo el gel en su cabello lo protegerá cuando no haya más contenido nuevo en su rey sol. El hambre insaciable de novedades que las plataformas han cultivado tan eficazmente, si la huelga continua, se volverá en su contra. Las historias son un objeto real de consumo, piense usted ¿qué cantidad de historias consume al día contra el de otros servicios? Mídalo en tiempo de consumo, como la electricidad. ¿Qué aparece en su lista de gastos o pirateos frecuentes? Seguro una plataforma donde brinquen historias. Nuestra cara no aparece en el teatro, cine, televisión, radio, internet o publicidades estratégicas, aparecen nuestras ideas, esa es nuestra mejor cara. La lucha de los escritores estadounidenses, que sí tienen un sindicato que los protege y que ahora mismo están siendo vistos por el mundo entero, aportará a la lucha de acá por la visibilidad y entendimiento de los derechos de autor, de la propiedad intelectual, empezando por las instituciones que poco quieren saber y las empresas privadas a las que no les conviene saber...

Admito que disfruto hacerle perder la paciencia al tramitólogo Bic.

¿Te sentirías más tranquilo si apuntas en el formato “profesora” o “académica”? ¿Qué tal “profesora académica”? ¿eso sí te suena bien? El tramitólogo empieza a balbucear cosas, obvio no entendió mi sarcasmo, y yo mientras tanto me pregunto: si a esta oficina llegaran Juan Villoro o Jorge Volpi, ¿el tramitólogo volvería a sentir que su Bic amarilla se convierte en una avispa entre sus dedos y los instaría a que anotaran algo distinto a "escritores"? Juan, Jorge ¿qué profesión anotan en los recuadros de los formatos de trámites? ¿les hacen tanto lío? ¿será que no tengo barba? ¿será cuestión de género?

La otra noche, por puro gusto paré en un pequeñito restaurante español cerca de casa por un pulpo a la gallega que me encanta y un vino, acompañantes más que perfectos para trabajar en un nuevo texto. Puse sobre la mesa mis hojas y mi bolsita de lápices; leía, marcaba, saboreaba, bebía, un guiño al chico guapo de la mesa de al lado, escribía. Al final de mi feliz y provechosa jornada de trabajo, el joven mesero, nuevo en el lugar, me da la cuenta y me pregunta ¿es usted profesora? (Válgame, ¿otra vez?) ¿Porqué crees que soy profesora? Le dije. Porque se la pasó leyendo y escribiendo en esos papeles con mucho gusto.

En México, dedicarse a profesiones que aparentemente se alejan de lo práctico-funcional son invisibles, incomprensibles, lejanas, difíciles de nombrar. Cierto es que hay quienes pueden elegir su trabajo y quienes no, pero pareciera que el trabajo solo tuviera que ser aquello que haces por obligación, por sacrifico, a pesar de tu dolor, tu frustración, maldición bíblica. En el instante que me detuve para responderle al joven mesero, entendí que lo importante era el por qué me lo preguntaba. Su pregunta no provenía de un prejuicio estúpido como el del tramitólogo Bic, si no realmente quería saber a qué se podía dedicar alguien para hacerlo con mucho gusto. Saber de otros horizontes.

Soy escritora. En su cara apareció un grato asombro y no dijo más. Creo que me dio un poco más de paella en la orden que pedí para llevar. Me despidió con entusiasmo.

Con gusto, siempre harás lo que te gusta hacer y con gusto trabajarás para ser buena en lo que te gusta hacer y ganarás lo suficiente para sentarte a trabajar con gusto donde más gusto te de, con gusto defenderás tu posición y con gusto dejarás pasar de largo a quien no le de gusto tu gusto, porque tu gusto es. Esa es tu propia y envidiable visibilidad.

Se los dije, el tramitólogo Bic no entendió mi sarcasmo, al final, recibí mis papeles, esos para ver toda la vida, y aparece: profesora. Todo mi ser clama venganza, pronto me meteré a su casa a través de su televisión, lo atraparé en mis garras, jugaré con su mente hasta dejarle sin sueño, hasta tullirle el cuerpo, hasta que reencarne como personaje de una de mis historias donde nadie, nadie piense en su cara y solo le imaginen como una tiesa Bic amarilla con gel.



BÁRBARA COLIO

FOTOGRAFÍA COLIO: Pinta en las calles del centro de Ensenada, B.C.


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