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Cállate y escribe.


“Cállate y come” era la frase de mi papá a la hora de la mesa. Fui una niña con muchas preguntas y no dejaba de hablar a la hora que me servían la comida, y para mi papá era de vital importancia el que desayunaras bien y tomaras tus vitaminas. “Cállate y come” fue la sentencia para mí, para sus nietos, para cualquiera que se sentara a compartir la mesa con él. Tal vez por eso yo prefería irme a comer a casa de mi abuela, donde las comidas no eran eso sino maravillosas pláticas sobre cualquier cosa. Pero reconozco que realmente con mi abuela, comía muy poco.


“Cállate y corre”. Es una comercial frase de una marca deportiva que ha generado muchas ganancias. Shut up and run. Pienso en cómo fue que mi papá y uno de los departamentos de marketing más poderosos del mundo, llegaron a la misma frase. Creo que lo he entendido. Yo misma, ahora, al estar frente a mis alumnos en los talleres de dramaturgia que imparto, me veo interrumpiéndolos en su retahíla de pretextos para no ponerse a escribir con un: cállate y escribe.


Y es que más allá de ser una frase imperativa y que según las buenas maneras del México central, es absolutamente ruda y anti Montessori;  lo cierto es que, funciona. Claro, no les digo “cállate” para no alterar los modales docentes que me corresponden. Sólo lanzo una mirada fija y les digo “escribe”. El subtexto, créanme, se da.


Callarse y hacerlo, cualquier cosa que se deba hacer, que se intente hacer, no sólo implica cerrar la boca, si no cerrar, frenar ese tren de pensamiento de distracción, de prejuicios, de miedos, de pretextos, de auto sabotaje último antes de soltarse y arriesgarse a descubrirse a sí mismo. En mis talleres de dramaturgia, con el tiempo he aprendido, que la descolocación es lo que más puede ayudar al alumno a encontrar su propia voz autoral. Mi labor es descolocarlos de las premisas que vienen arrastrando como viejos vicios y enfrentarlos a tomar el papel y lápiz desde otra esquina de su psique. A que descubran que hay un cúmulo de historias dentro de ellos muy distintas a las que creen. Sacarlos de su zona de confort, de lo que creen significa "escribir bien", de lo que creen que es el teatro. Algunos se dejan caer, otros se aferran con uñas a la sombra de su mismo árbol, inconscientemente se blindan de sí mismos, porque sí, seamos claros, la creación es un descobijamiento absoluto de la propia alma -cualquier cosa que se entienda por ello- y no es nada fácil hacerlo. Duele. Cuestiona. Es poner el dedo sobre la aguja de la rueca.


Las preguntas tipo: “¿Entonces, cómo voy a hacer eso?” o el no leer ciertas reglas del ejercicio, o el “accidental” olvido de la tarea, son algunas de los síntomas de esta autoprotección ante la posibilidad de descubrir que realmente sí lo pueden hacer. Quizá, porque como suele suceder, una vez que descubres que a partir de ensuciarte las manos con lo que eres, y que a partir de ello puedes crear un universo nuevo que palpita en papel, y que luego cobrará vida en escena y que llegará el día en que te sentarás ahí y lo verás girar sin ti; sabes que ya no podrás dejar de hacerlo, y eso, eso asusta.


Es ahí cuando llega el momento en que los interrumpo en su indecisión, con el “Cállate y escribe”. A veces es tan necesario que alguien nos diga eso. Sólo eso. Y lo he visto, los resultados son asombrosos.


Quizá al final mi papá logró que yo terminara mi comida antes de ponerme a platicar, es día en que me cuesta muchísimo trabajo hablar mientras como, y prefiero escuchar. Es día, en que ni planeo en qué momento saldré a correr, sólo me pongo los tenis y salgo a hacerlo; es día en que cuando más dudo en lanzarme a algo desconocido y mi cabeza empieza a naufragar en pensamientos de duda y temor ante lo que quiero hacer, ser, en mi cabeza rebota la frase “Cállate y hazlo”.


Y así, entre más he callado los pretextos, he hecho más textos.



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