Sería mucho más fácil ser feliz si dejáramos de pensar en el merecimiento. “Te lo mereces” “No te lo mereces” cuando algo sale bien, o cuando algo sale mal. Es un juicio religioso que absurdamente dicta que las cosas buenas le pasan a la gente buena, y las malas a las malas. Es tan absurdo e inverosímil. La vida es un permanente acontecimiento que esta sumido en la más absoluta incertidumbre. ¿Acaso no ha quedado claro con todo lo que vivimos en el 2020? Si las cosas sucedieran por que las merecemos o no, significaría que se podría vivir la vida con un guion maravilloso que nos llevaría a un certero final deseado. La vida con una escaleta, con una certera fórmula de causa y efecto. Y díganme ¿quien podría lanzar la primera piedra asegurando que eso es así? Absolutamente nadie. “Vive más quien más lo merece” ¿viven menos quienes no? “La riqueza la acumulan quienes más lo merecen”, ¿la pobreza quienes no? De verdad ¿funciona así? No sean ingenuos. No se dejen guiar por un mal libreto.
El lenguaje es una cosa aprendida, es una especie de amaestramiento social. Funciona exactamente igual que el “sentado” “saluda” “quieto” con que educan a los perros (por eso prefiero a los gatos, que no hay forma que se dobleguen ante el lenguaje). A ciertos animales se les amaestra para que, al escuchar una palabra, reaccionen sin pensar con una acción determinada. Así mismo nos educan a nosotros, con frases-respuesta pre fabricadas de amaestramiento social. Cuántas veces nos han dicho… “Ya sabes, lo que necesites”, “Mucha mierda” “Te lo mereces” “Nos tomamos un café” como protocolo de gentileza aprendido, pero que dista años luz de ser real. ¿Cuántas veces hemos podido contar con aquel dice “lo que necesites” o te vas tomar un café con el que te lo promete, o va a tu función el que cuando lo invitas, te contesta “mucha mierda”? Nunca. ¿Qué tanto gusto real le da a aquel que te dice “te lo mereces”?
¿Nos merecemos lo bueno o malo que nos pasa? ¿Qué tanto nos ha atormentado en nuestra vida esa pregunta? Esa pregunta no hace más que llenarnos de culpa en los momentos felices, y de rencor en los tristes. Nos hace dudar de si nuestra propia existencia vale la pena. ¿No nos sentimos acaso un poco culpables en el 2020, por seguir vivos mientras tanta gente moría de Covid? ¿Qué acaso valemos más que los que no sobrevivieron a la peor pandemia que ha azotado al mundo? ¿No nos daba un poco de culpa contestar “Estoy bien” en medio de un desasosiego mundial?
La domesticación, el amaestramiento socio-religioso que nunca ha servido más que para sembrarnos culpa, nos ha hecho creer hasta la médula, que el merecimiento es el camino para obtener la felicidad—la felicidad en otro plano terrenal que jamás llegaremos a comprobar, lo cual es el pitch mercadológico mejor logrado de todos los tiempos--.
Nos hemos criado pensando en que alguna divinidad superior nos juzga a cada momento, aquel que todo lo ve y que te recompensa o te castiga. Para mí es necesario creer en que hay algo supremo que me escribe, que nos escribe; Dios, ese nombre genérico, la naturaleza, el cosmos, la energía, lo que sea… me parece imprescindible creer que somos más que materia, y que hay una estructura dramática que no vemos, y que nos hace poder apreciar lo que sí vemos. Pero… ¿y si a nuestro autor le quitamos el poder de juzgarnos? ¿Si en la vida, como en las clases de dramaturgia, la primera premisa es “no juzgar a tus personajes”? ¿si aceptamos que el que nos escribe no nos juzga, si no que solo nos deja ser a nuestro libre albedrío y naturaleza en medio de un laberinto infinito de posibilidades?
Daniel no merecía morir de un terrible cáncer. Fernanda no merecía morir sorpresivamente de un derrame. Claro que no. O fulana merecía ganarse la lotería, o mengano vivir 101 años, No, tampoco. Si dejáramos de creer en el merecimiento, podríamos dejar de voltear al cielo con el puño en alto reclamando una injusticia ante su mirada atónita de “¿a mí que me dices?, yo no tuve nada que ver”.
Si cuando ganamos nuestras personales batallas, si cuando tenemos que decidir que lo próspero entre a nuestra vida, dejáramos de cuestionarnos “¿me lo merezco?” Si la gente dejara de decir “te lo mereces, merecidísimo” Podríamos, todos, ser un poco más felices, más plenos, más libres; podríamos ver la vida, como lo que es, como un constante acontecer impredecible, cambiante, incontrolable, sin guion, ni fórmula, ni plot. La vida nunca ha sido un juego de puntos. Dejen de decir “te lo mereces, no te lo mereces” dejen de juzgar como litigantes de un universo que desconocen absolutamente.
Si aceptáramos nuestra incertidumbre, nuestra absoluta finitud, y la de todo lo que nos rodea, si abriéramos los ojos a la naturaleza y aprendiéramos sus caminos, dejaríamos a la ventura entrar libremente por nuestra ventana sin pedirle pasaporte y nos dedicaríamos a saltar de alegría; o, si la penumbra se cuela, nos dejaríamos llorar aceptando la pérdida. Si asumiéramos que habitar el instante es lo único que tenemos, que la existencia es finita y que el mayor logro es transitar cada instante con la actitud del colibrí, si dejáramos de soportar el lastre de si lo merecemos o no, si no que solo aceptáramos que triunfamos o cagamos el instante porque nos da la puta gana, porque es lo que hay, porque es lo que surge de nuestro ser y nos reconfortamos por la construcción que hemos hecho de nosotros mismos, creo que podríamos sentirnos un poco mas felices. No responsabilicemos a nadie, presente o divino, de nuestro existir,
Miremos hacia los lados, lo que esta a nuestro alrededor nos lo hemos ganado entre todas las batallas en las que también hemos perdido, gocemos y padezcamos lo que hay, no hay forma de asegurar que el final será tan brillante como el último compás de la novena sinfonía de Beethoven, porque quizá solo sea tan privado, íntimo y personal, como la primer bocanada de aire que nuestros pulmones lograron la primera vez, sin merecerlo.
Bárbara Colio
Junio 27, 2021
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